6:50.
Lo marca el reloj y lo siento en los ojos.
Arde.
La hora.
El momento en el que el Sol está a punto de asomarse. Por el cielo oscuro. El cielo dormido. Sonrojado.
A él no se le ocurre madrugar. Ni tomar café recién hecho. Ni fumar un cigarro. Hecho a medida por unas manos frías. Y suaves. Pero sobre todo frías.
Frías.
El Sol sigue un ritmo demasiado personal. Dirigido no a ti. Ni a mí… pero sólo comprensible por nuestros ojos.
“Y yo. Tengo que desprenderme del último sueño, tengo que arrancarme el alma para empezar.“(Desde abajo)
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