viernes, 7 de diciembre de 2012

Siete

Podría decirse que todas las veces fueron una sola aunque nadie se atreva a creerlo. Apreciar lo que tienes. Pronunciarlo. Cerrar los ojos e intentar dormir. Seis veces seguidas en diez camas diferentes. Es lo justo, la diferencia entre la evolución de los caprichos de la calma o la imposibilidad de concebirla los días impares del año. Luego los pares. 

Y aprendes a olvidar. 

Haces lo que puedes por parecer seco e inválido. 
Olvidar. 
Es un verbo jodido, repites mientras rezas a un Dios recién inventado. Rezas por olvidar. 

El Dios se duerme mientras tú continuas. No te cansas pero te cansas. Las causas perdidas te hacen vomitar, pero olvidas. 
Olvidas a olvidar. 
Rezas. Tiemblas. 

Te mudas de la ciudad.

Empiezas. Pareces una chaqueta de esas que difícil conjugar por mucho que intentes aparentar lo contrario. Sonríes. Dudas, pero sonríes. Es fácil caminar así aunque en algún callejón hace cinco manzanas te acurrucaste al lado de la pared y empezaste a llorar. Caminas. Es fácil llorar así.

Olvidar. 

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