sábado, 24 de agosto de 2013

Me he puesto los auriculares más ridículos del mundo

Despliega tu potencial, querida ciudad.
Que esta noche viene a cenar El Fin del Mundo en el suelo de la terraza que siempre quise tener.

Mastica la suspensión automática de los buenos momentos, Madrid.
Corre. Que no voy a bailar en la cocina nunca más. 

Ocupa el único pensamientos que consigue coser mis párpados y mudar mi respiración a la frontera del milimétro de paz que aún no he estrellado contra el suelo. Los sueños.

Toca el piano. Envuelve mi piel. Escupe ruido. Y saliva. 

Ciudad.

Ceros.

Siempre quise tener.

viernes, 23 de agosto de 2013

Desayuno luz

Estoy siguiendo tu terapia.

La de inventarme las horas que me quedan de vida. Y jugar al escondite con los ojos y las manos cerradas. Apretando. Con frágil cuidado. Mientras aprendemos a dejar de sonreír. 

Poco a poco.

A volvernos ásperos. Insípidos e incoloros. Inodoros. Apretando. Poco a poco a beber recuerdos cada noche para que se nos vaya la vida a fumar cigarrillos a oscuras, cada noche, cuando fingimos dormir. Porque es más fácil así. 

Por qué.

La que nunca cae. La perfecta lluvia, por favor. Aparte su vista de este momento de dudas, que se nos va a tirar, de cabeza, detrás de un objetivo.

La fotografía de nuestros órganos vitales.

Cómo he llegado a este oscuro y perverso lugar. Con los ojos cerrados empapados. Lluvia. Ojalá. Ojalá dejara de imaginarme con las venas cortadas en Juliana. Para una sopa. Después de algún tintineo de la medianoche, olvidando. Echar sal a las musas. Echarse de menos cada vez un poco más. Una pizca de sueños furtivos.

La vida.

Hurgando en sus bolsillos, hígado y piel. Como si supiera quién es. Como si importase. Que falte sal a las musas o que caiga en picado desde un séptimo piso. Con ascensor, pero sin vistas a la vida.

La vida.

Con las piernas abiertas y las ventanas abiertas. Empapando las fosas nasales. La mirada. Fija. Sobre la piel que nunca más volvería a sentir. Nunca más volvería a sentir pero eso aún no lo sabía.

Nunca es suficiente.
La vida nunca es suficiente pero acaso algo es.
Capaz de soportar.
Hasta dónde.

Tengo demasiada sed para sentir el viento.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Veintitrés de julio. Martes.

Café.
Ruido.

Madrid descarga su más agresiva se sanción sobre mi cuerpo.

El peligro de saberme viva.


Vivo.

Un poema. 
Cortinas que se mecen por el viento.
La imagen.

Lejos. Echo de menos.
No sé cuánto hago aquí.
Quiero volver a respirar otros momentos.


Soledad.


Despacito.

Despacio.


Cae su saliva sobre mi cara. Y mi pecho.
Me desgarra las caderas.
La lengua.
Toda la piel.
La exclusividad de mis órganos vitales.

Soledad.

Despierta.
Despierta.
El verano, queríamos.

Madrid.